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La Profecía y las Tres Flechas

Bueno, éste es un cuentito mío, espero que les guste.

"Me llamo Ronan. Estoy escribiendo esto porque es una de las historias más fantásticas (aunque terribles) que me han sucedido. Lástima que figure como un hombre con poco corazón... juro que, si pudiera regresar en el tiempo...

Nuestra historia comienza en Camelot, tierra de reyes, tierra de valientes, tierra de gloria, dentro de una pequeña y humilde choza. Dentro de ella, una mujer estaba recostada sobre su lecho, a punto de dar a luz.
La leve brisa apenas audible en las cercanías del bosque movía las hojas caídas de los árboles, y el silencio era quebrado por las campanadas de la torre de la iglesia: tum, tum, tum...
Doce. Doce campanadas. Doce campanadas que sonaron al unísono del llanto del pequeño bebé, que acababa de nacer en ese instante. Sonaron al unísono del llanto que emitía el pequeño niño, en brazos de su madre. Era hermoso. Tenía ojos azules, angelicales... y sorprendentemente, había salido sin una pequeña mancha de sangre de su madre sobre su pequeña anatomía.

Todo el pueblo se reunió en la plaza central. Los últimos caballeros que aún estaban dentro de la competencia le sacaban brillo a sus lanzas. Al sonido de la trompeta, los dos guerreros montaron y entraron en combate.
El de la armadura negra embistió al de la blanca... pero cayó antes de llegar a golpearlo.
La multitud aplaudió a su nuevo campeón. El rey Uther Pendragón se acercó con su caballo.
-Y en este acto- dijo el rey, colocando su brillosa espada sobre el hombro del guerrero- yo te nombro caballero de la orden del rey.

Diecinueve años de valentía, coraje y honor como guerrero del rey. En ese lapso, el guerrero encerró a un gigante, venció a una manada de toros gigantes y embravecidos, e incluso inmovilizó a un dragón. Pero jamás mató. Curioso...

El rey tenía una nueva misión para él:
-¡Oh, mi rey, decidme qué necesitáis!
-Id a la montaña y matad al ogro que vive dentro de ella.
Aunque el guerrero no tenía razones para matar al ogro, no podía rehusarse. El rey le echó una mirada fugaz, que dio a entender al guerrero que debía hacerlo.
La cueva era muy alta. Un vaho salió de ella. De repente, una voz gruesa y gangosa salió de la penumbra:
-Matadme si eso es lo que deseáis. La vida no ha sido buena conmigo. Os doy la oportunidad de matarme ahora. Incluso me harías un favor al hacerlo.
-No tengo intenciones de matarte -respondió el guerrero-. Tú no me haz hecho nada malo.
-Pero si fueras tan viejo como yo, esperarías una muerte rápida- dijo el ogro, saliendo de la penumbra.
-Pero no pienso hacerlo.
-¡Ay, pero qué conmovedor sois!
Un tercer personaje apareció en la cueva. Llevaba una ballesta, de la que inmediatamente salieron tres veloces y traicioneras flechas, que se clavaron en el pecho del ogro. El hombre desapareció.
La espada del guerrero se clavó en el corazón del ogro.

En las catacumbas de la iglesia, detrás de un ladrillo flojo, hay unos papiros en los que se lee la siguiente profecía: “Cuando las doce campanadas suenen en lo alto de la torre, el ángel de Camelot vendrá a servir a su rey. Pero cuando sus manos queden manchadas con sangre ajena, las doce campanadas llevarán consigo al ángel al mundo de los muertos, y Camelot se hundirá en las penumbras”.


Esta historia está llegando a su fin. Ayer, a las doce campanadas, el guerrero murió. Ahora quemaré mi ballesta. Por culpa de esas tres flechas que salieron de ella, todo Camelot caerá.
Me iré lejos, más allá del lago. Cuando sea el momento, regresaré para hundirme junto a Camelot, tierra de reyes, tierra de valientes, tierra de gloria perdida en el pasado."

FIN